Alejandro
Gallón
Psicólogo Clínico
50 años
Hablamos con Alejandro Gallón, psicólogo clínico, y profesor de la Universidad CES, amante del deporte, la lectura y las matemáticas, quien se considera una persona feliz y atribuye esa felicidad a que vive “más o menos como le da la gana“; ha construido su vida como ha querido, hace lo que le gusta, en los horarios que le gustan; lo que no quiere hacer pero sabe que tiene que hacer lo hace tranquilo, y es consciente de que a veces hay que hacer cosas que no son tan ricas pero que son necesarias para lograr algo que se desea y que toma algún tiempo. De no haber sido por un viaje que tuvo la oportunidad de hacer a los 17 años a Canadá, habría sido ingeniero civil, pero su experiencia durante esos meses y la observación constante que hacía del mundo a su alrededor lo llevaron a escoger la psicología como su profesión. No tiene muy claro por qué tomó la decisión pero nos cuenta que fue resultado de pensamientos sobre la realidad de la gente que observaba todos los días mientras caminaba de su casa al trabajo y del trabajo a su casa, durante el tiempo que estuvo en Canadá.
Conversando
con Alejo sobre la Felicidad, concluimos que en este país, sin dejar de ser una
característica común de las culturas occidentales, las personas ven la
felicidad como una meta, como un objeto que se alcanza al final de un proceso, por
ejemplo en la vejez, después de la jubilación o después de la muerte, “al
llegar al cielo“. A raíz de esto la mayoría de las personas estudian carreras
que no les gustan, para ganar plata trabajando en lo que no les gusta y ahorrar
para poder “vivir bueno“ después de la jubilación, cuando ya la vida pasó. Éste
y otros patrones de comportamiento son consecuencia de la religión y del modelo
económico, y pasan de generación en generación por medio de un sistema
educativo que no le enseña al individuo a hacer elecciones de manera tranquila,
sino todo lo contrario, que le refuerza el concepto de un buen vivir como algo
que se consigue al final de un camino recorrido que tiene como meta la
felicidad. Le preguntamos a Alejo por alguna evidencia de este patrón de
conducta durante su experiencia como terapeuta y nos citó una frase dicha por
una de sus pacientes (una mujer de 70 años): “creo que no valió la pena vivir
como viví“.
Alejo
define la felicidad como una forma de vivir que cada uno construye a partir de elecciones
propias y tranquilas, dentro de una lógica del placer, es decir, “vivir como
quiero vivir, no como tengo que vivir“. Para entender esta definición de
felicidad es necesario resaltar dos diferencias sustanciales entre conceptos
que pueden prestarse para interpretaciones erróneas:
1. No es lo mismo pasar rico que vivir bueno. Pasar
rico está en el orden del goce, no del placer. “Cuando uno vive bueno, no
necesita pasar rico, yo puedo estar en la tristeza más verraca y en paz
absoluta viendo un atardecer…cómo estoy? Triste pero más bien que un verraco.“
2. Una cosa es vivir bien porque vivo dentro de una
lógica del deseo y construyo la vida que quiero y me gusta, y otra cosa es
vivir bien porque acepto la vida que me tocó y “ahí estoy”, viviendo una vida
que no quise pero que acepto pasivamente.
Cuando
Alejo habla de goce se refiere a una
alteración temporal del estado de ánimo que se da como resultado de una
situación que saca al individuo de su cotidianidad por un tiempo finito, como una
rumba o un viaje, pero que finalmente termina y el mal vivir continúa. Este
proceso es el mismo que sucede en la lógica de las adicciones, en donde el
placer está depositado en un objeto, y cuando el efecto de ese objeto termina,
la persona vuelve a buscarlo compulsivamente. Los colombianos somos gozones y
por eso creemos que somos felices, pero la realidad es otra y se evidencia
entre otras cosas en la necesidad de alterar el estado de conciencia para pasar
bueno, y en la angustia que produce que alguna persona no lo haga. Cuando uno
es feliz puede prescindir de los objetos de deseo sin que pase nada.
En
cuanto a los viajes, lo que sucede es que la mayoría de las personas ven el
destino como una meta, “como si la felicidad fuera estar en París”, y no
disfrutan el viaje porque nunca llegan, se quedan esperando la llegada y no son
conscientes de que la meta debe ser el mismo viaje, no llegar. Alejo confiesa que le fascinan los aeropuertos
porque disfruta el viaje desde que empieza y es allí donde empieza, no cuando
se llega al destino.
Le
preguntamos si cree que una persona que no tiene las necesidades básicas
satisfechas puede ser feliz. Su repuesta fue: “depende del contexto”, pues si
bien es difícil ser feliz con hambre, y puede ser cierto que entre más
necesidades satisfechas tenga un ser humano, más cerquita puede estar de llevar
una vida feliz, el hecho de que viva a 6 horas de distancia del hospital más
cercano, o que el acueducto sea de un nacimiento sin agua potable, no significa que no pueda vivir bueno. Además
tener las necesidades básicas satisfechas no es suficiente para construir una
lógica del buen vivir. Evidencia de esto son las altas tasas de suicidio y
depresión de los países desarrollados, y la resiliencia que caracteriza a
muchas personas que viven en situaciones de escasez.
Le
pedimos a Alejo que se imaginara que tenía la oportunidad de darle un consejo a
la población mundial para que viva mejor; él dice que les aconsejaría la auto
observación, mirarse a uno mismo, entenderse, conocerse, identificar qué le
genera placer y decidir actuar, porque no basta con conocerse a uno mismo sino
que también debemos actuar en función de vivir cada vez mejor; cuando se logra
vivir dentro de la lógica del placer el ser humano deja de ser caprichoso para
volverse exquisito, eligiendo sólo aquello que lo lleva a continuar su buen
vivir.
Alejo
considera que es posible educar a la gente para ser feliz, ése debería ser el
fin de la terapia: “aprender a no sufrir con lo se escoge”, pero no es fácil y
no mucha gente lo logra; una razón es que culturalmente frente al placer
siempre ha existido una culpa, y es difícil romper esquemas que tienen una raíz
cultural tan fuerte.
Recomienda
leer crónicas de viaje, “Viaje a pie” de Fernando González, y quedó con el
compromiso de invitar a La Pájara Zumbambica a una caminata a Santa Elena, a
comer sancocho y ver la ciudad desde un lugar hermoso. Finalizó su discurso
dándonos un valioso consejo: “no traten de racionalizar la felicidad”, la gripa
se contagia sin culpa.
La
Pájara Zumbambica
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