Mi decisión fue la vida

Sobre esa “bahía linda y generosa donde los barcos llegan y se van”[1].

Uno sabe muchas cosas, o cree saberlas. Pero tener información no sirve mucho si no sabemos usarla. Por ejemplo, tener información sobre nosotros mismos no es suficiente para emprender un cambio, ni mucho menos para transformar una vida, la nuestra en este caso. El verdadero entendimiento, el que permite la transformación, se siente; y es una sensación difícil de explicar porque sólo quien la vive está en capacidad de darse cuenta.

“Darse cuenta” es como un suspiro, que produce tranquilidad en ese lugar donde dicen que queda el alma. Y es sólo ahí, después de ese suspiro, cuando podemos actuar. Antes también, podemos cambiar nuestro entorno las veces que nos imaginemos, pero si el cambio se hace como un trámite más de la vida, sin observarlo ni sentirlo, sin suspiro, no nos transforma, así que probablemente no valdrá la pena.

Hace 6 años, o un tiempo más atrás, empecé a “saber cosas”, entre ellas que tenía que actuar para hacer algunos cambios… por mí, porque según Freud mi neurosis me consumía, porque los profesores de la universidad decían cosas y yo les creía, porque le tenía que caer bien al psicólogo, porque ya había estudiado mucho sobre el comportamiento humano, etc. Pero realmente no sabía nada porque no entendía. Cambiar qué cosas? Cuál sería el costo? Quién me garantizaba que la vida iba a ser mejor después?…Nunca supe, era un acto de fe (sin sentirla), un salto al vacío; una apuesta a la vida creyendo que iba a perderlo todo, y sin saber que era justo vida lo que iba a ganarkij﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽o que iba a ganar: la lasida, sin saber que era justo eso lo que iba a ganar: la vida. ado que me pass que yo misma de.  

Empecé lentamente, aterrada, sin afanes, día por día, sin expectativas, sin autoreproches. Daba un paso, me devolvía tres, peleaba conmigo, con la gente, me reconciliaba. Buscaba respuestas a preguntas que no entendía, me inventaba excusas, actuaba extraño, juzgaba mal… Hasta que un día me di cuenta de algo. Sentí el suspiro, esa tranquilidad en eso que debía ser el alma. Aunque más que tranquilidad lo recuerdo como un afán; como si mi alma llevara toda la vida encerrada y yo le acabara de abrir una puerta; ella gritaba dentro de mí y yo lloraba; no podía pensar porque sabía que si me detenía en ese momento podría volver a cerrarse la puerta, y sin tener claro por qué, quería esa puerta abierta. Después supe que cuando le abrimos una puerta al alma, nunca más se cierra.

Sin embargo no fue con ese suspiro que logré entender bien qué estaba haciendo, sólo lo utilicé como tabla salvavidas para salir de ese océano de angustia en el que llevaba naufragando no sé cuánto tiempo. Y apenas ahora, 5 años después, me doy cuenta, una vez más, de que nunca encontré la respuesta que buscaba, sino que la inventé. Apenas ahora estoy entendiendo qué me pasó, o siendo capaz de construir un significado que me permita darle un sentido a eso que me pasó.

La primera clave, después de la fe en uno mismo y en la vida, es la paciencia. Para mí paciencia es amor al tiempo, porque considero que es algo difícil querer al tiempo. Y hay que amar el tiempo para no perderse en el huracán de emociones que llegan a acompañarnos a veces. 

Hoy sé que hay significados que yo misma tengo que crear para poder entender algunas cosas que parecen no tener sentido, o aceptar que no tengo que entender la vida siempre, como por ejemplo cuando vivo la injusticia de los amores que no dejan de serlo cuando duelen. Y es justo ahí, en medio del dolor por amor y del amor por vivir, cuando difícilmente mi elección ha sido la vida.

Alicia





[1] BENEDETTI, M. El amor, las mujeres y la vida. Mucho más grave (fragmento).

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