Cuando llevas cierto tiempo sintiéndote
tranquilo, sin recordar siquiera que el pasado fue distinto, no tan ameno, se
te hace más perceptible de lo común detectar posibles amenazas externas que
atenten contra la tranquilidad que te ha costado tanto esfuerzo construir.
Amar es cada vez más difícil, pero cada
vez más real. Construir en pareja ya no es la elección de muchos, algunos
prefieren construir de manera individual, sin que sean necesarios los acuerdos,
sin tener que desacomodarse para darle a otro un lugar. Se les ha tildado de
egoístas, paradójicamente, por aquéllos que han olvidado que también lo son, y
de una peor forma porque no sólo se privan a sí mismos de libertad sino que
además privan al ser amado de ser libre por temor a perderlo. Yo personalmente
prefiero ser de los egoístas que no permiten que el otro se les acerque, por lo
menos es menos dañino. Sin embargo creo que esta elección individualista,
aunque puede interpretarse como que ya no queremos amar, significa todo lo
contrario: queremos aprender a amar en serio, tanto que estamos dispuestos a
quedarnos solos si sentimos que no somos capaces o que no vale la pena,
literalmente, ahogarnos mutuamente en un amor que se parece más a un internado
religioso que a una relación entre dos personas que se aman.
Nosotros, los mal llamados egoístas, no es
que prefiramos quedarnos con las consecuencias de una soledad por elección que
desacomodarnos para compartir, es que preferimos seguir construyendo solos
mientras no encontremos a alguien con quién compartir esa construcción y que al
mismo tiempo quiera compartir la suya con nosotros.
Según mi experiencia, el individualismo no
representa un problema para las relaciones y el prototipo de familia actuales.
Al contrario, representa una solución a la tradicional y penosa forma de amar,
en la que dejamos de ser personas para convertirnos en sombras del deseo de
otros. El resultado de una relación de pareja formada por dos seres de éstos,
individualistas, es el Amor; un Amor que acepta la diferencia y entiende que la
incertidumbre hará parte de sus vidas, un Amor consciente. Entendemos que el mundo no gira alrededor nuestro sino que cada uno
de nosotros, simultáneamente, hace parte de un mundo y tiene un mundo propio, que
ha construido de manera individual.
Cuando amamos, la facilidad para hacer
renuncias y adaptarnos a situaciones que no elegiríamos por voluntad propia
aumenta hasta el punto que podemos incluso disfrutarlo. Qué rico que esto pase,
y qué rico también que a veces podamos decir que no sin que el amor se
debilite, sin que parezca que ya no queremos amar o que hemos perdido la
paciencia necesaria para soportar la incomodidad de la convivencia mientras nos
acostumbramos.
No nos asusta la incomodidad. Nos hemos
incomodado para aprender a vivir solos porque creemos que convivir con uno
mismo es una etapa indispensable en el desarrollo de todo ser humano. Es un
prerrequisito para una sana y exitosa convivencia. Es un proceso que nos
permite ser menos neuróticos al ser más conscientes de las necesidades propias;
y una vez logramos reconocer, aceptar y manifestar nuestras necesidades, somos
capaces también de reconocer y aceptar, amorosamente, las necesidades ajenas sin
que éstas representen para nosotros una amenaza emocional.
Es cierto también que se nos puede ir
hondo si ese proceso nos lleva a construir una barrera que nos defienda del
deseo del otro, cuando éste nos amenaza con impedirnos ser nosotros mismos, y
nos haga ignorar por completo las necesidades ajenas y sumergirnos en un
egoísmo profundo y a largo plazo melancólico, que nos haga cada vez menos
humanos. Pero que esto pase es poco probable si el proceso se lleva a cabo
responsablemente y con conciencia.
Amemos. Pero entendamos que Amar no es
renunciar a ser las personas que somos ni pedirles a los seres amados que lo
hagan. Amemos respetando y entendiendo que cada uno tiene una vida propia.
Construirnos no significa privarnos del placer de Amar a otro ser humano sólo
por proteger esa construcción. Entendamos que ser uno mismo no significa ser el
mismo siempre, y si nos permitimos cierta individualidad en ese proceso de Amar
y aprendemos a hacerlo con aceptación, el Amor va a ser más fuerte y las
relaciones más sanas. Aprovechemos esa individualidad para ser más conscientes
del otro, no lo excluyamos: excluir también es amar sin permitirle al otro ser
él mismo. Aprendamos a integrar ambas vidas amorosamente, si lo hacemos
obtendremos mejores resultados social e individualmente, familias más saludables y seres humanos más
felices.
Alicia
*A propósito de este post, les comparto un escrito del poeta Rainer Maria Rilke:
"Que dos personas compartan todo es una imposibilidad.
Y, sin embargo, cuando parece que ello sí existe,
se trata de un acuerdo mutuo limitante,
que le hurta a un miembro, o a los dos,
su máxima libertad y su desarrollo. Pero,
una vez que se toma conciencia y se acepte
que hasta entre los seres humanos más íntimamente relacionados
siguen existiendo infinitas distancias,
entonces puede nacer un maravilloso vivir
uno al lado del otro, si ellos logran amar
la distancia que hay entre los dos,
la cual le permite a cada uno
ver la totalidad del otro, ¡contra un amplio cielo!"
Muy buena reflexion, da que pensar
ResponderEliminar